Zelmar

Publicado martes, 23 de abril de 2024

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INFP

Géminis

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Eliana y Manuel

Diariamente, Eliana despierta con dos grandes ojos amarillos observándola, es su gato Manuel que busca despertarla, acariciando su nariz contra la suya y dandole pequeños golpecitos, a veces acompañados de dulces ronroneos. Una gran sonrisa ilumina el rostro de Eliana que lo abraza llena de amor, esto no es del agrado de Manuel que huye malhumorado a la punta de la cama donde comienza a acicalarse. La rutina diaria de Eliana que consiste en una ducha caliente, cepillarse los dientes, desayunar, vestirse y preparar la mochila para luego ir a trabajar, es vigilada con cautela por Manuel. Desde una esquina en una silla, o detrás de un recodo, ocasionalmente en una ventana. Al llegar el momento en que toma su mochila y la carga sobre su espalda, comienzan los maullidos exigentes de su saludo de despedida que no se hace esperar. Una sonrisa de despedida y cierra la puerta detrás de sí con el rostro de Manuel expectante, y cada día se pregunta qué hará el traviezo cuando ella no está. Lo imagina durmiendo mayormente o persiguiendo alguna mosca desafortunada, comiéndo las plantas a las que ya le dijo que no repetidamente y siestas en el balcón con el sol de la tarde. Pero Eliana no podía estar más equivocada, Manuel al igual que todos los felinos hogareños que han aprobado el examen R-501 con una puntuación de noventa o más, poseen una llave especial, aunque sería más apropiado decir un maullido especial (no audible para los humanos), que Manuel entona en el instante en que Eliana desaparece tras la puerta. Momentos después aparece un portal del tamaño de él, con un marco compuesto de infinitos colores. El portal funciona como un atajo que le permite desplazarse entre planos y proteger a su amada Eliana. Si percibe que las Moiras andan traviesas con su destino él se les interpone y las ahuyenta sin el menor temor. Tampoco deja que Eros la enamore de alguien que no esté a la altura. En el camino también se cruza a otros y otras como él, cuidando de sus humanos y humanas de esto y de aquello. En este peculiar plano, se encuentran además tiendas, bares, casas de té y demás espíritus que uno podría encontrar en la calle más concurrida de cualquier ciudad. Eliana que ya se encontraba en su trabajo, atareada con sus tareas como de costumbre por lo que Manuel decidió ir a tomar un café al Salón Azul, una de las cafeterías más concurridas del éter, se sentó en una mesita, ordenó un té de hierbas con una croqueta de salmón. En el ínterin Caterina (una vieja flama de otra vida) se sentó a su lado. Se pusieron al tanto de sus nuevas vidas, se conocieron cuando enfrentó a un Sátiro obsesionado con Eliana y Damian, el protegido de Caterina. El reloj marcó las quince, hora de salida de Eliana, por lo que Manuel se disculpó y procedió a despedirse con un ademán que sería difícil describir y más aún imitar por una persona, espléndido sin lugar a duda. Eliana emprendía el camino de vuelta a su hogar, en su bici color esmeralda; en el camino mientras la acompañaba en el otro plano, algo comenzó a inquietar a Manuel, aunque Eliana no lo notara, el aire se puso más espeso, comenzaba a brotar un frío anormal, Manuel abrió los ojos bien grandes, algo no andaba bien. Ella apareció, vestida con una túnica negra, aunque nada parecida a lo que el folclore cuenta, su túnica no es andrajosa, está tejida con hilos de la misma cabra de la que nació la Égida y con bordados dorados confeccionados por el mismo Hefesto, también forjó su Oz bajo la luz de la primera luna, con hebras del cabello del Persefone. Su rostro tampoco es cadavérico, sino el de una bella doncella con plateados cabellos y ojos grises, es sin duda una belleza, al menos peculiar. Manuel no se dejó estar y corrió al lado de Eliana y cuando la muerte se disponía a cegar su vida, se detuvo en seco al ver al bravo felino que se interponía entre la Oz y Eliana, el tiempo estaba detenido, excepto claro para Manuel y la Muerte, ella lo observó con curiosidad. – ¿Eres consciente de que si no me la llevo, será una de tus vidas? – le pregunto. – Que así sea… pequeño. – La Oz hizo su trabajo. – Curiosas criaturas, si que lo son. - Le dijo a una Eliana que no podía oír, mientras Manuel desaparecía, la Muerte se desvaneció escribiendo con una pluma en un rollo dorado. Manuel despertó en su casa con las caricias de Eliana y el sol de la tarde, todo valía por compartir esos momentos.