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Armando Zaid
Armando Zaid

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Acuario

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El avatar del silencio

Un texto que tengo desde hace algún tiempo Todos somos enemigos del silencio, ninguno de nosotros puede vivir sin atentar contra la serenidad del silencio, se podría decir de alguna forma vivimos para ello, son nuestras platicas pequeñas dagas en el cuerpo del silencio, son nuestras risas una bofetada al melancólico silencio. Piénsalo así, el ser humano ha creado aparatos, dispositivos y mil cachivaches más, capaces todos de inundar un pacífico valle de un caótico ruido, o crear melódicos instrumentos que incluso su mayor enemigo está dispuesto a escuchar con gusto, y es que el ser humano se ha dividido en dos bandos: el caos y la armonía, sin ser bueno uno ni el otro luchan contra un enemigo común. En presencia de cualquiera de los dos bandos el ser humano calla, calla para poder ser parte de los sentimientos de las notas, o calla porque le es imposible decir palabra en medio de una mezcla sin sentido de sonidos. El silencio, por su parte, tiene el mismo un deseo, que la armonía sea el arma que con su ser acabe, se dice, ha dado pistas a los más grandes artistas, Beethoven o Mozart es probable que hayan captado la voz del silencio y la hayan plasmado en su obra, cumpliendo con la voluntad de su enemigo le dieron muerte mientras ella misma disfrutaba del arma homicida, cual si fuera veneno con el más destacable de los sabores, un deleite por el cual un hombre estaría dispuesto a morir. Pero para nuestra desgracia y la desgracia del silencio esos guerreros de la armonía, y no me refiero solo a los dos mencionados, ya no están con nosotros, sus sombras han desembocado en admirables hombres que quizá, sin llegar a igualar su obra han sabido combatir al silencio siempre al acecho. Yo, bueno, no soy ningún ser excepcional o ciertamente exitoso en lo que a su vida refiere, de una familia modesta nació un niño que vivió alegre su infancia y aprovecho cada momento en la escuela, mis padres se decepcionaron un poco cuando les hable de mi iniciativa por la música, llegamos a un especie de acuerdo y les prometí estudiaría una ciencia y más tarde estudiaría música, me pareció bien, me he graduado ya una vez, y estoy en esta mi segunda carrera. Como siempre en el área de las artes siempre conoces a gente muy interesante, o bueno, por lo menos ves a gente interesante y muy talentosa. Un día comenzó a hablarse de un fenómeno muy peculiar que ocurría en la ciudad durante las noches, una melodía siempre cambiante y muy tenue inundaba el silencio de la noche, en ocasiones escuchábamos piano, o escuchábamos violín, era inmensa la cantidad de instrumentos que el viento nocturno traía a oídos afortunados, todas eran bellas notas, hermosas, perfectas e inigualables, con algún maestro nos dispusimos a imitar aquellas melodías, pero nos fue imposible. En los barrios bajos surgió una interesante historia para explicar el fenómeno, o más que una historia era una explicación simple y de cierta manera obvia, estaba claro que alguien estaba tocando para alguien más. Poco a poco la obviedad condujo a imaginativas mentes a maquinar más historias, una joven demisma clase dio una interpretación muy interesante, “Es esa música la forma de combatir al silencio de la noche” dijo ella, ella era una joven muy delgada de cabello negro y siempre suelto, su rostro parecía estar siempre ensombrecido, probablemente tenga sueño, pero oír eso resulto interesante pues ella no solía hablar muy a menudo, y aunque profesores aseguraban que era toda una prodigio, nunca nadie la escucho tocar. Sin pensar en está bien o está mal comencé a interesarme más en ella, trate de acercarme en varias ocasiones y siempre era repelido tajantemente por ella, fui insistente y me atrevería a decir que llegue a fastidiarla, pero poco a poco fui ganándome su confianza hasta que me llegó a considerar un amigo, me dijo cosas interesantes sobre el como concebía a la música y entendí porque estaba estudiando esa carrera, además descubrí que todo lo que decían los maestros no se acercaba a la realidad, solo con su voz logro evocar en mi exactamente lo que ella pretendía transmitir, unir, comunicar, no es eso arte? Bueno, será mejor no abordar el tema pues inevitablemente terminaré perdiendo. El hecho es que ella podía expresarse por completo con la música y no fue hasta mucho después en que accedió a hablar conmigo y me rebeló la razón por la que no toca para la gente, solo unos pocos verán la pureza de su arte, muchos otros se aprovecharán de esos sus sentimientos para herirla. En todo momento le mostré que en mi podía confiar. Fuimos amigos, muy buenos amigos, no trate de forzarla a convivir con otros, sabía que temía que la vayan a herir o exhibir, y yo en el fondo sabía que en efecto, ninguno en la clase sería lo suficientemente cauteloso y delicado para no caer en eso. Era ya el último ciclo antes de nuestra graduación, ella me hizo participe de su más grande secreto y que yo en parte ya intuía, la misteriosa y hermosa música de cada noche no podía provenir de ningún otro lugar. Ella era esa sublime intérprete, una noche me pidió que la siguiera, la caminata pareció eterna, salimos de la ciudad y nos internamos en un denso bosque cercano, volvimos a caminar hasta una pequeña cabaña, presumiblemente el almacén de una increíble colección de instrumentos musicales distintos, ella, se quedó parada un segundo a la puerta de la cabaña y sin pensarlo tomo uno de aquellos instrumentos, salió y me indico que la siguiera, llegamos a una gran roca por encima de los árboles en la ladera de un cerro que daba una vista clara de toda la ciudad inundada en el silencio de la noche, ahí se sentó cruzada de pies y con el instrumento frente a ella espero con los ojos cerrados a algo que no estoy seguro de que se tratara, sin abrir los ojos tomo el instrumento y comenzó a tocar una hermosa y completamente nueva melodía que se convirtió en el dulce veneno del silencio, para ese entonces ya eran muchos quienes subían al balcón de su casa y en total silencio escuchaban esa magnifica obra cuyo velo de misterio hacia aún más disfrutable. Por toda la noche la escuché tocar y el sueño en ningún momento pretendió apoderarse de mí, al contrario, creo que la luna, las estrellas, los árboles, las rocas, la tierra y absolutamente todo disfrutaba de la música, mi sueño incluido, el viento seso para permitir a la música fluir hasta el rincón más lejano y los animales, grandes y pequeños esperaban pacientes a que el milagro del sonido llegue a su fin para poder continuar con sus vidas. Como todo, esa música llegó a su fin, y me sentí más lleno de vida que nunca, junto a ella regresamos a la cabaña, dejamos el instrumento y regresamos a la ciudad. Alguna vez le pregunte acerca de su inspiración, con una pequeña sonrisa juguetona dijo, “Es el silencio quien me dice que es lo que quiere oír, el me habló de su deseo de morir bajo las notas que toco, que odia morir en el estruendo del caos o sumirse en mismo en el infinito espacio, la música es la única arma que con propia fuerza empuña ara propiciarse muerte… si fuera tan fácil.” Desde entonces la acompaño de vez en cuando a su concierto nocturno que tan evocador resulta ser siempre, poco a poco fui capaz de escuchar, o mejor dicho, percibir la voz del silencio, resulta tan inspirador oír su voz, pero yo soy buen avatar de la música, por lo menos no soy tan bueno como mi amiga. Nuestra amistad perduró más allá de los muros de la universidad, el tiempo tampoco fue un impedimento, y creo que para ambos fue imposible no enamorarnos, aunque le tuve que jurar que la dejaría todas las noches continuar con su actividad, así fue, no hubo problema, nos casamos y vivimos felices de día, de noche éramos partícipes de la bella melodía. Nueva vida nació y ni aún así el hábito abandono, siempre llevábamos a nuestro hijo a las veladas nocturnas para que durmiera bajo el cobijo de la música… fue inevitable, una trágica noche ya cuando nuestro hijo contaba 15 cortos años por primera vez no nos acompaño al concierto de su madre, ella, ya de una edad avanzada cerró los ojos con el instrumento frente a ella como todas las noche, pero esta vez no los volvió a abrir, antes de que yo pudiera notarlo el cielo se ilumino con mágicos brillos similares a las aureolas boreales del norte, era un espectáculo maravilloso y junto a eso comenzó a sonar el instrumento que mi querida escogió esa noche, en la más hermosa melodía que nunca toco se poblaron todos los alrededores, luego apareció de manera periódica la más bella melodía de cada uno de los instrumentos de la cabaña para conformar una serenata digna de el más grande de los dioses, el brillo era acordé a tal belleza, fue entonces cuando note que el instrumento que escogió mi esposa seguía frente a ella sin haberlo tocado siquiera, sabía lo que eso significaba, me senté junto a ella y solo cuando reuní la fuerza necesaria voltee a ver si rostro, una gran sonrisa brillaba en aquel rostro, lloré, y lloré mucho por el saber que nunca más podría verla, que nunca volvería a escuchar su divino canto y su imposible música, pero luego mis amargas lágrimas se convirtieron en lágrimas de felicidad pues sabía que ella viviría por siempre en su música, en el gran espectáculo que nos estaba dando ese día para despedirse, la mañana se hizo presente y la música cesó, tome su inmóvil mano y la abrace. Hice los preparativos necesarios y enterré su cuerpo, desde esa noche soy yo quien toco cada noche sobre aquella roca con la memoria de mi amada siempre presente. Mi hijo nunca más ha faltado a los nocturnos conciertos para recordar lo más valioso que el destino le ha brindado.

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