Carlos

Publicado sábado, 25 de noviembre de 2023

5m

INTP

Virgo

La obscuridad en la calma

En los confines más oscuros de la naturaleza, entre las sombras persistentes de un bosque que apenas figuraba en los mapas, se erguía el Bosque de Eterna Sombra. Un velo de misterio y silencio lo envolvía, y en su interior moraba una comunidad conocida como los Habitantes del Silencio. Parecían una congregación pacífica, sus vidas entrelazadas con los secretos que susurraba la densidad arbórea. Sin embargo, bajo esa aparente serenidad, acechaba un ritual ancestral, un pacto tenebroso con entidades antiguas que yacían en las sombras del olvido. Cada año, cuando los días alcanzaban su máxima plenitud en el solsticio de verano, los Habitantes del Silencio iniciaban un rito profundo y siniestro. La fecha marcaba el comienzo de un oscuro pacto que se repetía en el tiempo: el sacrificio anual de un turista desafortunado, una alma perdida que se adentraba sin saberlo en las entrañas del Bosque de Eterna Sombra. La selección de la víctima parecía guiada por una oscura percepción que solo los Habitantes del Silencio poseían. En el preciso momento del solsticio, cuando el sol arrojaba sus últimos destellos sobre el horizonte, los Habitantes del Silencio se sumían en una ceremonia macabra. El bosque cobraba vida con el sonido de tambores rituales, cuyos ecos resonaban como un lamento ancestral. Los Habitantes del Silencio, envueltos en túnicas negras que absorbían la luz, se reunían alrededor de una fogata imponente. Las llamas arrojaban sombras distorsionadas, danzando con los movimientos de los participantes. Un altar de piedra antigua, inscrito con símbolos arcanos, aguardaba en el centro, listo para recibir a la ofrenda. La ofrenda, un turista que se encontraba en el lugar equivocado en el momento equivocado, era atada al altar. La fogata, ahora una hoguera infernal, lanzaba sombras grotescas que se contorsionaban con una vida propia. La danza de los Habitantes del Silencio, con sus pasos coordinados y movimientos sincronizados, creaba un vórtice de energía antigua que conectaba el presente con un pasado olvidado. Cuando la ceremonia alcanzaba su punto culminante, las sombras se retorcían y tomaban forma. Los Olvidados, entidades oscuras que parecían desafiar la geometría misma, emergían de la negrura del bosque. Sus ojos sin fondo fijaban su atención en la ofrenda mientras extendían apéndices sombríos hacia ella. Los gritos del turista, un eco desgarrador en el silencio del bosque, se mezclaban con cánticos en lenguas arcanas. Los Olvidados, seres de pesadilla alimentándose de la esencia de la víctima, se deleitaban en la energía liberada durante el sacrificio. Los Habitantes del Silencio, con rostros imperturbables, continuaban su danza, un trance oscuro que mantenía la conexión con entidades que se alimentaban de la esencia misma de la existencia. Al amanecer, cuando la fogata se extinguía y los Olvidados retornaban a las sombras, los Habitantes del Silencio regresaban a sus vidas cotidianas, manteniendo un secreto oscuro que estaba tejido en la tela misma de su existencia. El Bosque de Eterna Sombra, con sus secretos y susurros ancestrales, esperaba pacientemente el próximo solsticio de verano, cuando la danza macabra se repetiría, y un nuevo turista se perdería en sus sombras, destinado a convertirse en la ofrenda anual para los Olvidados. La maldición del Bosque de Eterna Sombra persistía, sus raíces se hundían en las sombras de un pasado impío. Quienes se aventuraban en sus confines, ajenos a la danza macabra que lo definía, quedaban atrapados en una red de oscuridad que se tejía más apretada con cada sacrificio. La malevolencia del bosque, alimentada por un pacto ancestral, se mantenía viva, esperando en silencio hasta que el siguiente solsticio de verano desatara nuevamente su danza mortal.