Jorge Moya Reyes

Publicado jueves, 16 de mayo de 2024

20d

INTJ

Libra

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1

Corneja Herida

El corto regocijo del tiempo cubría todo su desfallecido cuerpo, en un inerte descenso hacia el azar y lo que este le entregara como colchón se fue instintivamente. La línea floreciente de humo que se desprendió del cañón fue lo último que su raciocinio vivo presenció; el último aroma de su olfato fue el de pólvora calcinada, lo último que escuchó fue el retumbar de la explosión de la detonación generada por el martillo del arma al chocar contra la bala, lo último que vieron sus ojos fue un nido enorme de árboles a su alrededor. En ese lapso pequeño todos sus recuerdos escapaban de su cabeza, todo lo hecho, todo lo que fue y todo lo que podría haber sido alguna vez, en una llovizna roja se convirtieron todos los recuerdos, mojando la hierba briza con su agua rojiza, dejando aquella cama de plantas, hojas y pastos grabada con su descenso. Al voltear, vi al hombre caer. De espanto, intenté lanzar un grito, pero solo sentí el estruendo de un ave salir de mí. En un instinto prematuro, sentí cómo me elevaba a lo alto. ¿Volar? ¿Qué? Emergieron esas preguntas en mi mente mientras mis ojos contemplaban el negruzco plumaje de mis alas. Sentí la vida abandonando aquel hombre en el que habitaba, intuitivamente seguí aleteando y volando sin dejar de observar el cadáver sobre la hierba. En lo alto, logré observar la luz de la luna reflejarse en mi oscuro plumaje. Sin mucho ánimo para intentar explicar o entender esto, comencé a sentir los recuerdos, una dulce sugestión mientras el alma crece y me recorre, me sentí debilitado. Un cansancio atroz recorrió mi liviano cuerpo y, desfallecido, comencé a sentir el peso extremo del descenso en picada. Este extraño cuerpo no respondía y de pronto terminé precipitándome desde lo alto a ese frondoso bosque, cayendo de golpe sobre aquel cuerpo del que hace poco huía. Del dolor repentino por la caída intenté gritar, pero solo sentí un ajeno graznido salir de mí. Tumbado a los pies del cuerpo, solo atiné a replegar mis alas y a apoyar mi cabeza en reposo sobre la hierba, rogando al aturdimiento marcharse. Miraba el cuerpo y comencé a preguntarme: ¿puede un alma herida, con sus lagrimeantes ojos, ver el horizonte? ¿Lograr ser su centro de atención y así regresar de una vez? Cerré mis ojos buscando consuelo y, más que consuelo, buscando comprender lo que estaba sucediendo. No comprendía nada ; todo era una confusión asfixiante que cada vez me hacía sentir exhausto. Sentía la brisa de la noche como nunca la había sentido jamás, sentía el ajetreo de las hojas de los árboles entremezclado con la maraña de criaturas del lugar, sentía la caricia del viento sobre la hierba, dibujando ondas flameantes sobre toda su extensión, sentía el vibrar de mi plumaje ante tan elocuente soplido arbóreo, y con ello mi corazón sentía calma. Al ponerme en pie y expandir mis alas, comencé a recordar historias de un salvador, rumores de un cielo y un infierno ajenos a tu presunción. Miraba de un lado a otro intentando entender dónde estaban, dónde se encontraba el mesías o dónde estaba el demonio del que tanto me habló alguna vez aquel padre en las tardes angustiosas de confesión. Solo estaba yo, a los pies de un pálido cadáver que en su mano derecha sostenía un arma. Recordé aquella arma y su sutil beso en mi sien, y en ese momento sentí el abismo sobre mí, sentí el desaliento de lo ocurrido hace esos instantes eternos al paso. Comprendí todo o eso intenté creer, me autoconvencí de lo que ocurrió y cómo terminé en esto, atrapado en una naturaleza ajena. No podía desatar mi angustia y mucho menos mi ansiedad, no podía hablar, solo podía atinar a volar, a mirar y picar la ropa de aquel cuerpo ya ajeno a mí, intentando despertar o buscar algún ilógico escape. Comencé a entresaltar sobre los alrededores del lugar, y en un reaccionar impulsivo intenté el vuelo echar de nuevo, y al aletear el dolor consumió todo este cuerpo. Sentí como bajo mi plumaje brotaba un hilo de sangre, y comprendí que al igual que en mi ya pasada vida humana mis alas estaban rotas, y tal irónicamente, como en mi otra vida, estaban rotas por mis propias inseguridades y dudas, por mis ganas de ver el horizonte, por mi estupidez e ignorancia ante las consecuencias, y comprendí la ironía, una Corneja negra incapaz de volar fui, al igual que en mi vida pasada, condenada a la incompetencia y prejuicio provocado por mis inseguridades y miedos, destinada a ser apartada de la enorme cosecha de los sueños y anhelos, exiliada de sus más grandes y puros deseos.